La inclusión educativa no es simplemente una estrategia pedagógica; se trata de un proceso profundo de transformación cultural dentro de las comunidades escolares.
A lo largo de los años, hemos avanzado en derribar prejuicios y falsas creencias en torno a la presencia de estudiantes con diversas condiciones de aprendizaje o neurodivergencias. Sin embargo, aún persisten mitos que obstaculizan el pleno desarrollo de una educación de calidad para todos. Desmitificar estas creencias es necesario, para avanzar hacia colegios más equitativos y que promuevan valores como el respeto, empatía y caridad, en el sentido del amor al prójimo.
Uno de los prejuicios más frecuentes es la idea de que los estudiantes con alguna condición de neurodivergencia “retrasan el aprendizaje del resto”. Este mito desconoce la amplia evidencia científica que demuestra lo contrario. Cuando se cuenta con los apoyos adecuados, tanto a nivel de políticas institucionales como de prácticas pedagógicas inclusivas, todos los estudiantes se benefician. Una enseñanza más clara, variada y participativa favorece no solo al alumno que necesita adaptaciones, sino también al resto del grupo, enriqueciendo la experiencia educativa.
Otro mito extendido es que ciertos alumnos con necesidades específicas “no podrán integrarse a la vida escolar”. Este prejuicio parte de una concepción errada: pensar que la inclusión significa que el estudiante debe adaptarse en soledad a un sistema rígido. La realidad es justamente la contraria: el desafío está en construir entornos accesibles, donde se promueva la participación plena de todos y se eliminen las barreras que generan exclusión.
También es común escuchar que estos alumnos requieren “atención exclusiva que quita tiempo a los demás”. Este mito invisibiliza la flexibilidad, diversificación y adecuaciones pedagógicas, las que pueden implementarse en paralelo al trabajo grupal. De hecho, muchas veces las estrategias inclusivas generan un mejor clima de aula y promueven aprendizajes más significativos para todos.
Finalmente, existe la creencia de que “estos estudiantes son muy diferentes a sus compañeros”. Aunque puedan presentar particularidades, lo cierto es que comparten intereses, sueños, miedos y aspiraciones como cualquier otro niño o niña. Reconocer esta humanidad compartida es esencial para consolidar una cultura inclusiva que valore la diversidad como un recurso y no como un obstáculo.
La inclusión educativa se sustenta en tres pilares fundamentales: las políticas, que entregan el marco normativo y organizacional; las prácticas pedagógicas y evaluativas, que permiten atender la diversidad en el aula; y la cultura inclusiva, que corresponde a los valores y creencias compartidos respecto a la diversidad. Solo cuando estos tres aspectos se alinean, la inclusión se convierte en una realidad concreta que beneficia a toda la comunidad escolar.
En conclusión, potenciar una cultura de inclusión en equipos directivos, docentes, estudiantes y familias del colegio, será lo que favorezca derribar mitos, ya que es el primer paso para avanzar hacia instituciones que, más que tolerar la diversidad, la valoren como una riqueza. Solo así podremos garantizar que cada estudiante, sin importar sus particularidades, tenga la posibilidad de aprender, participar y desarrollarse plenamente.
Por Esperanza Montecinos, Experta en Necesidades Educativas Especiales (NEE) de SEDUC.